Llegaste en un día
pequeño. El sol ascendía gradual hasta el punto más alto del
cielo. La luz perforaba la superficie del mar fragmentándola en un
enjambre de esquirlas centelleantes. El blanco incendiándose.
Brillante. Perturbador. Y en el horizonte, un cortejo aciago de
estelas ambarinas. Así debe ser el vacío justo antes de llenarse.
Quisiera desprenderme de este ruido continuado, bronco que se sacude
en el interior de mi oído izquierdo y diseccionar el movimiento,
envasar el artificio, cerrar la isla en un receptáculo de escamas
cristalinas y colocarla sobre la palma de tus manos. La luz aumenta.
El aire se estrangula y todo a lo lejos se vuelve amorfo, disforme,
falaz. Hasta el mar que acaba deshaciéndose en delgadas hebras
cerúleas y con ellas, las horas, la lentitud, el ahogo. Y ese
lamento. Salgamos a pasear. Háblame de las cosas pequeñas. Necesito
respirar.
Un texto bonito y delicado.
ResponderEliminarTambién asfixiante.
Me encanta el final cuando pides hablar sobre las cosas pequeñas.
Besos.