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septiembre 15, 2012

Palabras-hilo



Una soleada mañana de domingo. Vertiginosa claridad. Trazo líneas que me traigan tu olor. Leve. Dorado... A naranjas. Me reconforta pensar que olerías a naranjas. Durante algún tiempo pensé que se trataba de una unión difunta. Todos los proyectiles esforzados, todos los sonidos-ladrillo vomitados, todos los aguijones pesados de veneno... No eras más que eso. Sedimentos de lo que no se quiere. Restos de suciedad. Pero resulta que aún estás en mi cuerpo. Y no sólo en las cicatrices. Estás en las olas que llegan azules a la orilla del mar, en el movimiento ágil de las hojas de los árboles, en el sonido remiso del viento, en cada par de manos que me toca. Trato de sintetizar el desorden en estas líneas, pero para ello debo encontrar un olor que te traiga de nuevo. Porque necesito recordarte. Necesito que formes parte de mí. Darte, por fin, un nombre y que dejes de ser un cadáver.
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