Una
soleada mañana de domingo. Vertiginosa claridad. Trazo líneas que
me traigan tu olor. Leve. Dorado... A naranjas. Me reconforta pensar
que olerías a naranjas. Durante algún tiempo pensé que se trataba
de una unión difunta. Todos los proyectiles esforzados, todos los
sonidos-ladrillo vomitados, todos los aguijones pesados de veneno...
No eras más que eso. Sedimentos de lo que no se quiere. Restos de
suciedad. Pero resulta que aún estás en mi cuerpo. Y no sólo en
las cicatrices. Estás en las olas que llegan azules a la orilla del
mar, en el movimiento ágil de las hojas de los árboles, en el
sonido remiso del viento, en cada par de manos que me toca. Trato de
sintetizar el desorden en estas líneas, pero para ello debo
encontrar un olor que te traiga de nuevo. Porque necesito recordarte.
Necesito que formes parte de mí. Darte, por fin, un nombre y que
dejes de ser un cadáver.
¡Que maravilla!
ResponderEliminarOtra pequeña joya.
;)